lunes, 24 de noviembre de 2014

DESDE MI ABSURDARIO #3: Magdalenas integrales

Nos ha costado. Se ha hecho de rogar. Pero finalmente y tras mucho darle la tabarra, hemos conseguido que nuestro escritor vigués (reciente ganador del Premio Nocte a la Mejor Novela Nacional de Terror por El hombre que nunca sacrificaba las gallinas viejas), experto en cine de pertardas y cocinillas favorito, es decir Darío Vilas, nos visite de nuevo. Y para seguir poniéndonos los dientes largos, hoy nos trae unas espectaculares Magdalenas integrales desde su Absurdario. ¡Qué os aproveche!


Llegó el invierno, hace frío, llueve y cada vez apetece menos eso de levantarse un domingo por la mañana para asaltar la alacena, ver que no tienes desayuno, y salir a comprar croissants recién hechos. Sí, cuando uno vuelve, con su bolsa de papel desprendiendo ese inconfundible olor a mantequilla del bollo recién hecho, crees que merece la pena. Pero con la temperatura por debajo de los diez grados o lloviendo a mares, es para pensárselo.
¿Qué podemos hacer? Exacto: nos curramos el desayuno en casa. Lo de hacer croissants es un coñazo monumental, conozco la teoría al completo pero no me atrevo con ellos. Por el trabajo que dan, deberían costar cuatro veces más. Mis respetos a los panaderos y reposteros. Yo suelo decantarme por un desayuno sencillo y muy sano: magdalenas.
No, señora, ni muffins ni cupcakes. Magdalenas. De las de toda la vida, sí. Sin coberturas multicolor ni rellenos empalagosos. Se trata de alimentarse, no de infartar. Que también hay momentos para eso (¿verdad, Drew Barrymore?). Pero por lo general, no os recomiendo desayunar esa repostería de diseño tan de moda hoy día. Dejémosla para caprichos puntuales o para quedar bien con nuestras amistades demostrándoles que somos unos virtuosos.
 Las magdalenas son de por sí uno de los mejores bollos que hay en cuanto a valores nutricionales. Su receta original incluye aceite de oliva, con lo que aumenta el nivel de colesterol bueno. Ojo, no estamos hablando de que sea un desayuno ligero, sino nutritivo. Son dos conceptos bien distintos.
Para el caso, mi variante de las magdalenas va un pasito más allá, porque aquellos que tenemos hijos “particulares” para esto del comer, nos acabamos convirtiendo en todos unos expertos nutricionistas que se salen con la suya a base de ingenio.
Así pues, he incorporado dos elementos que hacen que las magdalenas sean un poco más nutritivas y saludables: harina integral y azúcar moreno de caña. He descubierto la pólvora, soy un genio.
Pero vamos al lío.

Ingredientes:
-100 gramos de harina blanca de trigo (usaremos mitad y mitad para darles consistencia)
-100 gramos de harina integral de trigo, espelta, centeno o avena (a elegir, la más nutritiva es la de avena, aunque tanto esta como la espelta pueden dar a la magdalena un sabor a galleta bastante pronunciado. Según vuestros gustos, yo uso de trigo común)
-8 gramos de levadura química (o medio sobre de Royal, que es la medida estándar aceptada)
-100 ml de aceite de oliva virgen extra (en esto no escatiméis, es lo más importante. Cuando hablamos de salud y nutrición, el aceite de oliva es un ingrediente imprescindible, y nada de refinados o virgen a secas: virgen extra)
-50 ml de leche (para los intolerantes a la lactosa, o si alguien se cree la tontería de los cinco venenos blancos o tiene manía a la leche porque sí, también se puede usar leche de avena o almendras, y quedan diferentes pero igualmente sabrosas)
-3 huevos (mejor si son de casa. A los veganos no puedo ayudarles dándoles alternativa, lo siento. Es que no concibo magdalenas o bizcocho sin huevo)
-120 – 150 gramos de azúcar moreno de caña integral (según gustos, aunque hay que tratar de reducir la cantidad de azúcar que consumimos, al igual que la sal, y la mejor manera es ir haciéndolo de forma paulatina, para que el paladar se vaya acostumbrando)
.

Vamos con la preparación, que es lo más sencillo del mundo:
Cogemos un bol cualquiera, como el de esta amiga, y echamos el azúcar. Añadimos el aceite de oliva y revolvemos bien, hasta que empiece a deshacerse el azúcar. A continuación los huevos. Batimos a mano con garbo, de forma que queden los ingredientes bien mezclados, y le añadimos la leche. Volvemos a batir y cuando tengamos todo bien amalgamado (podía volver a decir “mezclado”, pero soy escritor, oiga) comenzamos a incorporar la harina a la mezcla poco a poco, sin dejar de remover.
Un dato. Nunca tamizo la harina. Vivo al límite.
Para cuando veáis que no quedan grumos, o empecéis a padecer el síndrome del túnel carpiano (si es el caso, sigue con batidora eléctrica, que tampoco es cuestión de lesionarse por un desayuno), sabréis que la cosa está lista. Que sí, mete el dedo y prueba, que está rico.
Ahora necesitaremos cápsulas. De estas no, drogata, esas déjalas para cuando se despierte el niño y te provoque el primero de los muchos dolores de cabeza del día. Me refiero a ESTAS:


¿Habéis visto cuánta variedad? Eso se debe también a la moda de las cupcakes. Ahora es cuando os corto el rollo y os recomiendo que las utilicéis sin colores ni adornos, y a poder ser de papel vegetal (como el que se usa para hornear). No es que sea un aburrido, que lo soy, es que las tinturas de las cápsulas de colores suelen acabar impregnando la magdalena. Si queréis comer tinta, eso ya cada uno. Que después vais al baño y descubrís que todo, TODO, es susceptible de colorearse.
En fin, que este es un articulo de alimentación, de ahí que me preocupe por vuestra salud. Lastrend me vigila.
Colocamos nuestras aburridas cápsulas sin dibujitos en moldes (no se os vaya a ocurrir poner la masa en las cápsulas a pelo, que después pasa lo que pasa) como este:


Mientras tanto, es buen momento para precalentar el horno. Dicen por ahí que hay que perder la costumbre de precalentar antes de hornear, por eso del ahorro energético. Me preocupa tanto el malgasto de energía como al que más, pero los que dicen eso no usaron el horno en su vida (qué bien sabe la comida que nos ponen en casa). Precalentadlo unos diez minutos, si no queréis que se os chafen las magdalenas.
En lo que se va calentando, colocáis las cápsulas en los moldes y añadís masa hasta un poco más de la mitad de su altura. Con las cantidades que os di, yo hice docena y media de magdalenas, por si os sirve de orientación.
Y ya está, si no hay más, esto es todo. Que parece que nos va a llevar la vida, pero qué va. Ahora sólo queda meter el molde en el horno a media altura, entre 10 y 15 minutos de horneado (dependiendo de vuestro electrodoméstico y de cómo os gusten de doradas) y surge la magia.
Normalmente os presentan las magdalenas con un pegote de azúcar encima. Yo paso, por lo que os dije de ir reduciendo, pero si os gustan así, no tenéis más que espolvorearles un poco antes de meterlas en el horno (sí, moreno de caña, deja el blanco, leñe).
Esto, que podría parecer que nos quemó la mañana entera y que se va a quedar para el postre del mediodía, una vez que lo tienes dominado te lleva media horita. En serio, cronometrada. Y mirad qué bien queda la cosa:
 
 
¿Qué más? Pues nada,  a desayunar. Ya me contaréis qué tal os fue. O se lo contáis a Lastrend en los comentarios. O si os sale mal, calláis y no nos dejáis mal. Pero de buen rollo.
Por cierto, un café es el acompañamiento perfecto para bajarlas. Al fin y al cabo, esto son Charlas de Café.

Y además, si  os ha gustado este artículo, no dejéis de compartirlo en vuestras redes sociales. Un abrazo y feliz semana.

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